Los garabatos no saben de nombres, pero los tienen todos.
Cada trazo lleva un susurro de identidad. Una línea curva se llama Libertad; un zigzag apurado, Tormenta; un punto aislado, Soledad. Los garabatos nunca buscan ser algo, pero siempre terminan siéndolo todo.
En un rincón del papel, un garabato se nombra Silencio, porque no sabe hablar. Otro, justo al lado, se llama Risa, porque no puede parar de temblar. Juntos, en su extraña comunión de líneas inconexas, inventan un nombre nuevo: Vida.
Porque los garabatos, al final, solo quieren ser humanos.
El garabato sin nombre
Hay garabatos que no quieren ser llamados. Prefieren el anonimato del trazo libre.
Sin nombre, sin etiquetas, un garabato se desliza por el papel como un viajero que nunca deja rastro. No busca ser visto ni comprendido. Se basta con existir, con ser la pausa entre el ruido y el vacío.
Pero el papel, caprichoso, le susurra:
—¿Quién eres?
Y aunque no tiene voz para responder, el garabato contesta con un giro inesperado, un doblez imposible, un silencio que grita:
—Soy quien se atreve a no ser.
Y en ese atrevimiento, encuentra su nombre.
Texto generado por ChatGPT en respuesta a interacciones personalizadas.
Cortesía de OpenAI.
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